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La isla de los Pavos Reales o die Pfaueninsel. A la orilla de Berlín.

                     „Pfaueninsel! Wie ein Märchen steigt ein Bild aus meinen Kindertagen vor mir auf…” 

                                    Theodore Fontane, Wanderungen durch die Mark Brandenburg                                                                                                                                    

No sé si os pasa como a mí, que ya me cansé de acompañar a mis visitas al Reichstag. Tampoco me apetece guiarlas a través del Mauerpark ni retratarlas con la puerta de Brandenburgo o el Muro de fondo. Necesito variedad y Berlin la ofrece para todos los gustos y colores.

Cuando me apetece descubrir lugares nuevos recurro a los colegas. Otra veces, a las guías internáuticas. También resulta super práctico vivir puerta con puerta con una vecina oriunda, que hornea de la hostia y, encima, es encantadora.

Fue por eso, con mis padres de visita y en una de estas mañanas medio veraniegas, que solicité su consejo:

– Du kannst die Pfaueninsel besuchen -me sugirió.

Bicheé por la red. Die Pfaueninsel. La isla de los pavos reales. Quedaba cerca de Wannsee: al suroeste de la ciudad y dentro de la zona B. Nada del otro mundo y, sin embargo, de repente, parecía la excursión exótica ideal para pasar el día. Me puse con mis papis en camino.

La experiencia mereció tanto la pena que me impulsó a escribir este artículo. Para animaros a visitarla. Para que vosotros también la disfrutéis.

Acercándonos a la isla. Un viaje poliédrico.

Llegar hasta la Pfaueninsel resulta, cuanto menos, entretenido. Lo más cómodo es alcanzar en S-Bahn la parada Wannsee. Después tenéis que agarrar el bus 218. Este singular vehículo pertenece a la flota de los Traditionbus, una empresa que se dedica a coleccionar, renovar y alquilar buses viejos. El 218 cuenta con dos plantas y un interior modesto. Por los altavoces, el conductor anuncia con sorna cada parada. No tiene ningún coste adicional a vuestro ticket del metro, en caso que lo hayáis comprado. Lo único a tener en cuenta es su horario que os puede convenir sincronizar. Pasa sólo una vez cada hora.

Después de un cortito y pintoresco viaje a través del bosque, el bus habrá alcanzado su última parada. De ahí tenéis que avanzar unos trescientos metros, dejar de lado un restaurante y su imponente terraza y, casi al alcance de la mano, aparecerá la Pfaueninsel.

Ya sólo os queda coger el último medio de transporte: el ferrydie Fähre, en alemán. Sale con bastante frecuencia. Comprobaréis en seguida que cruzar a la otra orilla apenas le ocupa unos minutos. El precio de cuatro euros incluye la ida y venida así como el ingreso a la isla.

Die Pfaueninsel. Un poco de historia: del conejito al pavo real.

De acuerdo con órdenes del elector Federico Guillermo I de Brandenburgo, en el siglo XVII se estableció en la isla un criadero de conejos. La isla recibió, durante esta época, el apodo de Kaninchenwerder.

En 1684 el elector financió la construcción de una fundería en el terreno y acabó regalándoselo al alquimista Johannes Kunckel. Kunckel tenía como encargo experimentar y mejorar la producción de vidrio en Brandenburgo. Sin embargo, el proyecto le salió por la culata: la fundería ardió accidentalmente, se le acusó de brujería y, muerto el elector, sus experimentos quedaron sin apoyo económico. El alquimista acabó por largarse a Suecia.

La isla pasó todo un siglo sin uso hasta que la adquirió Federico Guillermo II de Prusia. Fue él quien mandó construir el palacio y la lechería, sus dos edificios más pintorescos. El palacio conserva un aire infantil, con los torreones blancos, su pasarela de hierro y ese estilo “arruinado” tan de moda en el período romántico. Habría de servir para los retozos del rey y su amante Wilhelmine von Lichtenau. Al otro lado de la isla, la lechería replica a un monasterio gótico, también “en ruinas”.

El palacio de la Pfaueninsel tiene un punto hortera con su silueta falsamente derruida.

A partir de 1795, y a pesar de que el rey se ponía hasta arriba de conejo, la isla empezó a conocerse con su nombre actual, Pfaueninsel o isla de los pavos reales.

Más adelante, durante el reinado de Federico Guillermo III de Prusia, se intentó transformar el terreno en una granja modelo pero los planes se abandonaron.  A dicha etapa pertenece la construcción de la Kavalierhaus o anexo de caballeros, el templo en memoria de la reina Luisa de Mecklembrug-Strelitz y la Ménagerie o casa de fieras. El rey era un flipado de los animales exóticos y su colección llegó a albergar casi 900 animales entre monos, osos, lamas, canguros y, por supuesto, pavos reales.

Posteriormente, Federico Guillermo IV de Prusia mandó trasladar estos animales al futuro zoo de Berlín, que abriría sus puertas el 1 de agosto de 1844. Luego se barajarían en la isla construcciones como un internado, villas residenciales y un sanatorio de lujo pero, finalmente, todas fueron descartadas al reconocerse el terreno como área protegida en 1924.

Desde 1990 la Isla de los Pavos Reales es considerada patrimonio de la humanidad por la UNESCO, junto a los palacios y parques de Sanssouci (Postdam).

Una vez en la isla… A pasear se ha dicho

Nada más pisar la isla vais a encontrar de frente un puesto de información que vende recuerdos y tentempiés. También veréis los carteles recordándoos todas las prohibiciones durante la visita: ni mascotas, ni cigarrillos, ni bicicletas, ni drogas, ni acampar ni bañarse. El resto es pasear y curiosear a vuestro antojo bajo los robles centenarios: si tomáis el camino a la izquierda, en seguida descubriréis el castillo; si giráis a la derecha, aparecerán los servicios y, un poco más adelante, una casa de botes construida en 1833 para el velero Royal Louise.

Mapa de la isla de los Pavos Reales.

Un mapa como este os entregan al comprar el ingreso a la isla.

Esto es tan sólo el inicio del paseo. Vais a comprobar que, a menudo, los senderos se bifurcan pero no faltan flechas, indicaciones y mapas de toda la isla. Podéis dirigiros al jardín de rosas -el más antiguo de Berlín-, buscar la estilizada fuente de Martin Friedrich Rabe o la estatuilla de la actriz judía Rachel. Con un poquito de suerte, se os cruzará algún despampanante pavo real. Y con todavía más fortuna el ave abrirá, para vuestro Instagram o Facebook, su exquisito plumaje.

Cerca del centro de la isla se conserva todavía una pajarera perteneciente a la antigua ménagerie. Protege más pavos reales -algunos de color blanco debido a una mutación genética-, y otras aves como unas simpáticas gallinas peludas de la China. No muy lejos queda un puesto de comidas y bebidas con un menú mínimo de helados, birras, salchichas y kartoffelsalat. Mi consejo es que os preparéis vuestro propio picnic como un grupo que nos cruzamos con nevera, champán y copitas de plástico.

En el otro extremo de la isla, cerca de la lechería, los carteles señalan la presencia de búfalos de agua, más allá de las alambradas. Nosotros no vimos ninguno. Tampoco encontramos conejos. Pero sí un montón de mariposas y libélulas.

Fotos de la isla de los Pavos Reales

La isla está llena de rinconcitos tentadores y de carteles de Verboten.

Todo el ambiente en la isla invita a la contemplación. A perderse. A olvidarse de los compromisos. Con su aire limpio y su sombra refrescante y el débil ronroneo de las embarcaciones cercanas. El espacio, verde y luminoso, distorsiona sanamente el tiempo, aunque el teléfono tenga cobertura.

De manera que echamos un día cojonudo. Almorzamos. Hicimos un porrón de fotos. Nos tostamos al sol. Me alegraba ver a mis padres felices y satisfechos. Poco después de cruzar a tierra firme, abordamos el bus 218 de vuelta al mundo de las prisas.

Vielen Dank, Johanna. Te has ganado otra tortilla de patatas.

*

Información adicional:

A nosotros nos acompañó el clima. Me pregunto cómo lucirá la isla bajo una capa de nieve. En cualquier caso, sus horarios de apertura varían a lo largo del año así que lo más recomendable es visitar la página para informarse al respecto.

A su vez, según temporada, tanto el castillo como la lechería pueden visitarse (el primero sólo dentro de un tour guiado). Los precios de la entrada oscilan entre los 3 y 1.5 Euros.

Por último, aquí tenéis los escasos horarios del pintoresco bus 218. La página anuncia viajes cada dos horas pero el conductor confirmó que pasaban cada 60 minutos.

Os deseo muy feliz viaje. Acordaos de comentar y de compartir. Nos leemos bien pronto.

Emilio P. Millán

Pavo real de la Isla de los Pavos Reales

Bis bald!

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